Safo de Mitilene, o Safo de Lesbos, fue una brillante poetisa griega que vivió por el lejano siglo VI a. C. Hoy en día su nombre ha trascendido en la cultura popular por ser el origen de la palabra lesbianismo, o bien lesbiana o lésbico, en parte debido al amor y admiración que profesaba por sus discípulas, en parte por la sensualidad de sus versos. Lo que es una lástima es que la poesía de Safo, o al menos la que se conserva, no sea apenas conocida por tantos de aquellos y aquellas que a menudo la mencionan. Pero su calidad es excepcional, no en vano Platón la llamó “la décima musa”.

Escoger a Safo para la primera entrada del blog no es arbitrario. Safo representa a la perfección el “máximo de expresión subjetiva” que mencioné en el post introductorio. Obra y autor son aquí indivisibles, y su valoración conjunta resulta explosiva. La poesía de Safo es breve y sencilla, pero sugerente y bella, además de atemporal (al menos cuando no habla sobre dioses o a los dioses). Con pocas palabras es capaz de transmitir emociones que el lector casi puede palpar, amén de sentirse conmovido al instante. Veamos un ejemplo:
Ya se ocultó la luna
y las Pléyades
Es medianoche,
el tiempo pasa,
y yo duermo sola.
Me he atrevido con una adaptación propia basada en varias traducciones. Sobre este poema se pueden leer otras versiones y un interesante análisis en [1]. Lo importante es que con apenas cinco versos la imaginación del lector vuela. Es fácil visualizar a la poetisa en su alcoba, desvelada, en una noche despejada de cielo estrellado, con el clima suave y agradable propio de las islas mediterráneas. En tal idílico escenario, el lector empatiza con el humor melancólico de Safo, con su tristeza. Quizá la poetisa percibe que los años de juventud pasan mientras asume la soledad a la que le ha conducido el destino o bien las decisiones tomadas en el pasado. En su lamento no hay un exceso de pathos, hay una resignación madura, así como una honda necesidad de contacto humano. Por si no es suficiente, el poema es seductor y rebosa erotismo.

Lo bueno de leer distintos textos del mismo autor es que se lo conoce mejor al analizarlos transversalmente: la personalidad, las obsesiones, los rasgos del carácter. En el caso de Safo es una suerte, pues descubrir a la persona incrementa la fuerza de los versos. Safo tiene un estilo honesto, directo y claro, que parece emanar del propio ser. Incluso cuando describe un sentimiento tan visceral como los celos, no proyecta ira, odio o rencor, sino que vuelve a mostrar un dolor profundo acompañado por idéntica resignación ante el destino.
Me parece que es igual a los dioses
el hombre aquel que frente a ti se sienta,
y a tu lado absorto escucha
mientras dulcemente le hablas
y encantadora sonríes.
Lo cual, te juro, el corazón
en el pecho me arrebata;
apenas te miro y entonces
no puedo decir ya palabra.
Al punto se me espesa la lengua
y de pronto un sutil fuego me corre bajo la piel,
por mis ojos nada veo,
los oídos me zumban,
me invade un frío sudor
y toda entera me estremezco,
más que la hierba pálida estoy,
y apenas distante de la muerte me siento,
infeliz. [2]
Y Safo se rinde ante lo que es natural en esta vida sin mostrar un ápice de resentimiento. La sensibilidad de la poetisa queda aquí otra vez bien patente, pero la comprensión en el dolor, la coherencia y sabiduría transmitidas resultan más sorprendentes incluso. Hay constancia de que Safo fue una mujer que destacó también por su belleza física. Si a eso sumamos grandeza de carácter, humanidad y sensualidad, no hay duda de que Safo debió ser una mujer impresionante.
A pesar de que Safo es muy femenina en su estilo, leyéndola uno se olvida de las tan de moda discusiones sobre gender en la cultura y el arte. Con ella simplemente se disfruta del artista y se le observa como una personalidad única con una fuerza expresiva que sobrecoge.
[1] Más sobre un poema de Safo. (Un ejercicio de traducción al alimón)
*El autor del cuadro es John William Godward, un pintor inglés de estilo neoclásico victoriano, muy dado a pintar mujeres pertenecientes a las antiguas Roma y Grecia. Quizá por nacer en el tiempo equivocado no es un artista muy conocido, pero su obra bien merece un buen visionado. Se quitó la vida en 1922 a los 61 años; como explicación, en la nota de suicidio escribió: «el mundo no es bastante grande para mí y un Picasso». Más sobre J.W.Godward