Colecciones de cuentos

Recientemente me han invitado a escribir reseñas sobre cinco libros a mi elección, pero con una temática en común. Después de pensarlo un poco, he terminado decidiéndome por cinco colecciones de cuentos que me parecen tesoros. Hay pocas cosas que se puedan adquirir tan fácilmente y que tengan un valor tan inconmensurable. Aquí os dejo las reseñas con algunas citas, ediciones recomendadas y una pequeña introducción. Algunos de los autores han aparecido ya en posts anteriores (perdón por las repeticiones).

Cinco tesoros…

Hay algo en el cuento y en el relato corto, cuando son de calidad, que queda fuera del ámbito de otros géneros literarios. Tiene que ver con la brevedad y con el hecho de que están escritos con una mensaje soterrado mediante símbolos y figuras. De esta forma, despertando en el lector la dulce frustración de lo translúcido, muestran que la realidad es elusiva, que escapa a modelos estrictos, que es sencilla en lo complejo y compleja en lo sencillo. Yo creo que todavía hoy el cuento le susurra a la intuición, y así nos ayuda a interiorizar nuestras experiencias y asimilarlas mejor que mediante la racionalización más aguda del más docto psicólogo.

De todas formas, ya sea en cuentos u otros géneros, es díficil que estos autores puedan dejar a nadie indiferente. Son para quienes buscan en la literatura más que mera diversión, tal vez una solitaria escuela donde se desarrolla la personalidad y una compresión más profunda de la experiencia de vida. Y, aun y así, el placer al leer estos textos no solo está garantizado, sino que es una condición necesaria sin la cual no podrían tener el efecto que tienen. Si hay un elemento común en los autores más profundos, es que están obsesionados con la forma.

1. Cuentos imprescindibles, de Antón Chéjov

Edición recomendada: Publisher Penguin Random House, ISBN: 978-9588820804

Por esto casi siempre la máxima expresión de la felicidad o de la desgracia es el silencio. Cuando mejor se comprenden los enamorados es cuando callan, y un discurso fogoso, apasionado, pronunciado ante una tumba, solo conmueve a los extraños, mientras que a la viuda y a los hijos del muerto les parece frío e insignificante.

fragmento de Enemigos, de A. Chéjov

Chéjov pueda ser para muchos el mejor autor de cuentos de la literatura universal. Es fácil reconocer su estilo sobrio y el talante pesimista de sus relatos, los cuales, a pesar de ello, nunca resultan pesados. La ligereza es inherente a la mejor literatura y esto en Chéjov se delinea en la sencillez, en la ausencia de exageración, en cierta resignación y hasta humor porque “las cosas son así” y “tampoco es para tanto”. Escribe sobre lo cotidiano, la intimidad, las cosas pequeñas, de familia, de pareja. Las tramas no son enrevesadas, pero las reflexiones de los personajes abren universos detrás de las palabras, aunque no se les dé importancia. Hay siempre una armonía de conjunto en cada cuento que, por triste que sea, hace que resulte entrañable. Al acabar de leerlos tengo la sensación de que se para el tiempo, que es un día de otoño, gris, de lluvia fina que se soporta con agrado, y que contemplo uno de esos paisajes abiertos, rurales y tranquilos que se han visto mil veces y de los que hay en todas partes, pero que sigen emocionándote cada vez que encuentras el tiempo para detenerte un segundo frente a ellos.

Recuerdo leer un cuento tras otro y pensar que todos eran fabulosos. Algunos, sin embargo, ocupan un lugar especial en mi memoria; por ejemplo, El pabellón número 6, Enemigos, Pequeñeces de la vida, La cigarra.

2. Cuentos esenciales, de Guy de Maupassant

Edición recomendada: Penguin Clásicos, ISBN: ‎ 978-8491050575

¿Existe un sentimiento más acusado que la curiosidad femenina? ¡Oh! ¡Experimentar, conocer, tocar lo que se ha soñado! ¿Qué no haría por conseguirlo? Una mujer, cuando se ha despertado su curiosidad impaciente, cometerá cualquier locura, cualquier imprudencia, cualquier audacia, no retrocederá ante nada. Me refiero a las mujeres de verdad, dotadas de este espíritu de triple fondo que parece, en la superficie, frío y juicioso, pero que tiene sus tres compartimientos secretos llenos: uno de inquietud femenina siempre agitada; el otro de astucia disfrazada de buena fe, la astucia de las personas devotas, que es refinada y temible, y, finalmente, el último, de una encantadora bajeza, de exquisitos engaños, de deliciosa perfidia, de todas esas cualidades perversas que empujan al suicidio a los amantes estúpidamente crédulos, pero que encantan a los demás.

fragmento de Una aventura parisina, de G. de Maupassant

Comparado con Chéjov (solo como referencia y sin propósito de elevar a uno sobre el otro), Maupassant es más travieso y canalla, quizá también más morboso y hasta puede que vulgar. Pero la inclinación por explorar la “vulgaridad” es en Maupassant, al igual que sucede con Tanizaki (del que hablo más abajo), un ejercicio de belleza sublimada. Maupassant es también sobrio y directo, enfocado en los bajos instintos de sus protagonistas y en las situaciones desesperadas a las que estos los conducen. Aunque la intención satírica está siempre presente y es a menudo de extrema profundidad, la ingravidez de Maupassant no condena y se muestra comprensiva hasta con los personajes más reprobables. Maupassant puede llegar a mostrar una sensibilidad y delicadeza que deja sin aliento, como, por ejemplo, en El aparcero que, de cuantos relatos haya yo leído en mi vida, este ocupa una plaza en lo alto del podio de favoritos (y del que ya hablé en un post anterior).

Destacaría muchos relatos, pero, así, de memoria: El aparcero, Chali, El Bola, La señora Hermet, El cordel, Idilio, La herencia, El Horla.

3. El silencio blanco y otros cuentos, de Jack London

Edición recomendada: Alizanza Editorial, ISBN: 978-8420665542

—Te portaste como un valiente, amo —replicó él—, y la muerte no se atrevió a hablar.

—¿Por qué me llamas amo? —le dije, demostrándole que con ello me había ofendido—. Hemos intercambiado nuestros nombres. Para ti yo soy Otoo. Para mí tú eres Charley. Y siempre tú serás Charley para mí y yo seré Otoo para ti. Así es la costumbre. Y cuando ambos muramos, si hay una vida más allá de las estrellas y del cielo, tú para mí seguirás siendo Charley y yo para ti seguiré siendo Otoo.
—Sí, amo —me respondió con ojos luminosos humedecidos por la alegría.

fragmento de El pagano, de J. London

Yo no he leído jamás a nadie que muestre la adversidad ante el mundo natural y salvaje como lo hace Jack London. En este terreno él es un auténtico maestro, yo diría que único. Sus relatos tienen el carácter épico, dramático y solitario del hombre frente al destino. Me viene a la cabeza la sierra de cumbres envueltas en niebla de la conocida pintura de Caspar Friedrich, salvo que con London el protagonista estaría desnudo o vestido con harapos y en una postura poco soberbia, más bien reflejando pura e instintiva lucha por aguantar un día más. En sus cuentos el lector encontrará aventura, emoción, esfuerzo más allá de los límites humanos, resultando a menudo en un efecto catárquico, liberador, inspirador y trascendente.

Todos son buenísimos, pero recuerdo en especial: Por un bistec, La historia de Keesh, El pagano, Una odisea nórdica.

4. La araña y otros cuentos macabros y siniestros, de Hans Heinz Ewers

Edición recomendada: Valdemar, ISBN: 978-8477027713

—Reconocerán, caballeros, que la impresión que deja una ejecución en todos los presentes es espantosa. Podemos decirnos cien veces: el tipo se lo merecía; es una bendición para la humanidad que se le corte la cabeza, y otras frases tan bonitas como estas, pero nunca podremos zafarnos del hecho incuestionable de que le estamos quitando la vida a un ser humano completamente indefenso. Esos gritos de «madre, madre», que nos recuerdan nuestra propia infancia y a nuestra propia madre, siempre lograrán despertar en nosotros la sensación de que cometemos un acto cobarde y miserable. Y todo lo que objetemos en contra nos parece, al menos en ese cuarto de hora, una excusa mala y huera. ¿Tengo razón?

fragmento de Los señores juristas, de H. H. Ewers

Cuando llegó este libro a mis manos jamás había oído el nombre de Hans Heinz Ewers; sin embargo, se convirtió en mi autor favorito de relatos de terror, superando incluso a Poe. Quizá es porque Ewers tiene el toque naturalista y la inclinación a explorar con inquietante agudeza los abismos de la psicología humana. La biografía quita el aliento; es, sin duda, un autor maldito. Imagino que será su afiliación al nacismo lo que habrá sepultado su relevancia relegándolo al olvido (también hay que decir que Hitler llegó a ordenar su muerte y prohibir sus libros). Estudioso de lo oculto, lo siniestro y lo grotesco, su influencia está presente en los maestros del género, aunque yo encuentro en él algo más, y es quizá esa dimensión psicológica, esa habilidad para mostrar sin empujar, que de alguna forma lo hermana con los otros cuatro autores aquí mencionados. Seguramente el lector se enfrentará en sus cuentos a cierto desafío intelectual, que vendrá acompañado por una morbosa mezcla entre el rechazo y la fascinación.

Por ejemplo: La araña, Los señores juristas, La joven blanca, El reino de las hadas.

5. Cuentos de amor, de Junichiro Tanizaki

Edición recomendada: Alfaguara, ISBN: ‎ 978-8420413617

Su hermosura no era la típica de las muchachas de los castizos barrios de la zona de Shitamachi, ni la ostentosa de las geishas; no se parecía a las hijas de los señores del pudiente barrio Yamanote y ni siquiera resultaba una belleza exótica. Si alguien quisiera calificarla con rotundidad según los cánones, podría decir que poseía un atractivo «diabólico», pues la joven mendiga coqueteaba igual que otras chicas adolescentes en flor y bajo su grotesco cuerpo de indigente refulgía un esplendor exuberante. La monstruosidad de su estado intentaba arrebatarle su hermosura, pero ésta se resistía a ser engullida. El conflicto entre ambos polos transpiraba por todos los poros de su piel. Así, esas dos fuerzas siempre contrarias, la fealdad y la belleza, pugnaban hasta mezclarse y fermentar al fin en una suerte de fulgor indescriptible y en la exhalación de una fragancia intensa.

fragmento de El fulgor de un trapo viejo, de J. Tanizaki

Tanizaki es el maestro de la perversión. Creo que es suya la frase “¡Qué me importa a mí la verdad!”, o algo parecido. Tiene un estilo tan suave y armonioso que su recorrido por las más estridentes perversiones se acepta y asimila como quien, en una tarde entre amigos, se toma una copa tras otra de un vino delicado y efímero como si fuese agua; y, luego, al alzarse del asiento, se da cuenta de que casi no se puede tener en pie. Sadismo, masoquismo, travestismo, prostitución, fetichismo…, toca todo lo que sea controvertido, y lo hace con tanta gracia que nada resulta grotesco ni estridente, todo es inocente y cree uno estar leyendo cuentos para niños, pues en Tanizaki no son más que travesuras muy “humanas”. Yo encuentro en él un espíritu afable, simpático y relajado, una cumbre de particular hermosura que le guiña el ojo a la ambigüedad, la palidez, los tonos pasteles, la ambivalencia, la relatividad, la pereza y la tolerancia.

Me encantaron: Tatuaje, Los pies de Fumiko, El fulgor de un trapo viejo, La gata, el amo y sus mujeres (este último debe de ser uno de los mejores cuentos para los amantes de mascotas que se haya escrito nunca).

Las profundas tierras de Maupassant

Guy de Maupassant fue un escritor prolífico. Tiene tantos cuentos que la edición completa comprende unas 2700 páginas [1], por no considerar también sus novelas (otra edición recomendable es [2]). Es decir, un prolongado placer para el amante de la literatura. Los cuentos no son muy extensos por lo general; aunque, obviamente, los hay de todo tipo. Maupassant es un extraño ejemplar —y me pregunto ahora qué buen escritor no lo es o fue—. Me refiero a que los temas y enfoques en sus cuentos son variopintos, cual si en su cabeza hubiesen habitado diferentes conciencias, múltiples personalidades, con obsesiones, momentos y preocupaciones diversos. Si, por ejemplo, llega a mis manos un cuento de Chéjov o Poe que no haya leído, me extrañaría no reconocer al autor en él. Con Maupassant sucede lo opuesto, que me es difícil abstraer una constante de los temas e intencionalidad, quizá acaso lo pueda reconocer un poco mejor por el estilo narrativo, por la forma de escribir, exponer o presentar el relato.

De todas formas, Maupassant es siempre un fino y excelso psicólogo; sus historias pueden ser naturalistas, aunque también uno encuentra en ellas a veces un romanticismo sin estridencia —o una mezcla de ambas cosas, si eso es posible—. La crudeza en lo sencillo, en lo pequeño, en lo cotidiano, pero también la belleza. Y, luego, esencial, la estética y el cuidado en la exposición, en el estilo, en la forma, que es un elemento definitivo para saber cómo el relato se hace a la piel del lector. Para ejemplo, el cuento de hoy. Juzguen ustedes mismos… Maupassant es pues polifacético, tan pronto disecciona la cruda realidad como explora temas de fantasía y terror. Quizá por ese motivo, mientras me resulta difícil leer un cuento de Chéjov del que no disfrute, con Maupassant la experiencia es más variable: algunos me encantan, otros me dejan indiferente, y otros simplemente no me gustan demasiado. Valga decir que, ya que cito a Chéjov junto a Maupassant, el ruso admiraba al francés.

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Chéjov (izquierda) y Maupassant (derecha)

Los datos biográficos de Maupassant no tienen desperdicio. Con él —aunque también con muchos otros, y creo que no se salva ninguno de los que hemos hablado hasta el momento— recuerdo lo que me dijo una vieja amiga al hablar sobre su madre y lo que esta mujer deseaba para su familia. Esta señora decía: “¡Quiero hijos sanos, no escritores!”. Si uno piensa en el caso que nos ocupa, no le falta razón. Aunque, antes bien y si se me permite generalizar, considero que los escritores, o acaso los más literarios, son los outsiders por excelencia de nuestra sociedad, de común sensibles observadores a quienes quizá el mundo les duele un poco más que a los demás. Volviendo a Maupassant… Nuestro autor murió en un manicomio, al igual que su madre. En sus últimos tiempos su estabilidad mental sufrió un progresivo deterioro. De joven fue apadrinado por Flaubert. Era convencidamente libertino y promiscuo, sacrílego, misógino, morboso, insaciable en lo sexual, dado al alcohol, al opio y a otras drogas, activo deportista empero; solitario, depresivo, atacado por fuertes dolores de cabeza y trastornos nerviosos toda la vida. Intento suicidarse… Sin embargo, cuando escribe, incluso si el tema es truculento, delicado o sombrío, la literatura es serena, sobria, casi sin excepción a lo largo de toda su obra. Me sorprende lo poco que le cuesta a Maupassant mantener la distancia e inyectar el justo aporte de emoción, pasión o entrega. Y siempre con un estilo sencillo y directo. Además, leí los cuentos en orden cronológico para ver si era capaz de captar cierta evolución psicológica en el autor. Para que entréis un poco más en el personaje, os refiero a una de sus citas más conocidas, aunque insisto en que con Maupassant tengo la impresión de que el hombre y el escritor eran dos personas distintas:

“Nuestro gran tormento en la vida proviene de que estamos solos y todos nuestros actos y esfuerzos tienden a huir de esa soledad”.

Hay varios cuentos que podría destacar y que me impactaron hasta el punto de dejarme  sumido en ese estado de autocomplacencia e iluminación que solo provoca el arte de calidad en cualquiera de sus variantes. Dura un breve lapso, y a mí me suele pasar en los medios de transporte, porque casi siempre leo en los desplazamientos diarios. Cualquiera que me observe en ese instante verá a una persona satisfecha y felizmente ausente. Uno se siente como si durante un suspiro le hubiesen dado alas para volar por encima de la humanidad; y en ese vuelo efímero, desde las alturas, está uno más hermanado y en armonía con el universo que en ningún otro momento. A menudo pienso entonces: “no se podría haber dicho mejor”.

Pero solo voy a comentar un cuento, no sabría decir si mi favorito, quizá… El cuento, del que he evitado mencionar el título hasta este momento, es el Aparcero y está disponible para descarga gratis en pdf desde aquí: [3]. Comentar este cuento es un reto, porque no deseo arruinar la experiencia de la primera lectura al que no lo conozca todavía. Mencionar demasiado sería un error. Es un cuento breve y tiene un gran ritmo, en el sentido en que la historia se va desplegando poco a poco y, es precisamente gracias a ese ritmo, que el relato alcanza tanta belleza. Prefiero despertar el deseo de leerlo, tentar y seducir, que no diseccionarlo. Vamos a ver si lo logro.

En el relato hay cuatro personajes principales. Es un clásico ejemplo de cuento dentro de cuento; es decir, el narrador crea y sitúa al lector en un escenario que dice haber vivido. Describe el lugar, introduce el espíritu. Maupassant lo hace de forma magistral. Un ejemplo:

“Entramos en la alquería. La cocina ahumada era alta y espaciosa. Los objetos de cobre y las lozas brillaban, iluminados por los reflejos del hogar. Un gato dormitaba sobre una silla; un perro dormía debajo de la mesa. Olía, allí dentro, a leche, a manzana, a humo y a ese olor innombrable de las viejas casas de campo, olor a suelo, a paredes, a muebles, olor a viejas sopas derramadas, a viejos fregados y a viejos moradores, olor a bestias y a personas mezcladas, a cosas y a seres, olor del tiempo, del tiempo pasado.”[3]

Me gusta de forma particular este párrafo —aunque es extensible a toda la primera parte— porque crea una atmósfera que va a rodear a los personajes y acompañar el sentir del cuento como su alma. Es el marco de la pintura, que posee un espíritu lento y melancólico. Ese espíritu lo impregna todo, va más allá del cuadro, es el sentir de Maupassant, quien parece posar la pluma sobre el vientre al escribir; el espíritu se extiende en la esencia de la historia y alimenta la personalidad de los personajes.

En el cuento, el narrador principal se halla junto a un amigo, un barón. Con curiosidad observa el respeto y la cordialidad con la que el barón se relaciona con su aparcero y le pregunta sobre ello. El barón relata entonces la historia, pasando a ser el segundo narrador. El cuento obtiene así dos niveles narrativos, y ambos son necesarios, pues la historia debe ser entendida desde varias perspectivas y vista desde los ojos de todos los personajes. El aparcero es un cuento precioso, entrañable, pero también muy triste. Los personajes, los cuatro, son personas tranquilas, moderadas, tímidas, educadas e íntegras. La fatalidad, si es que ocurre, viene de la propia e inevitable condición humana, de su capricho, de los inevitables conflictos intrínsecos al hombre y la mujer que, aun sin mala intención, se crean por la simple interacción, debido a intereses, momentos, dificultades para comunicarse o bien la incapacidad natural para ver lo que sucede en los demás. No es culpa de nadie, las cosas solo son así.

Especial atención merecen ciertos detalles: el respeto que se prodigan cada par de personajes, cómo se ven entre ellos, cómo se miran en silencio. Admirable es cómo Maupassant nos muestra cómo pueden llegar a vivir sus pasiones algunas personas de carácter sensible e introvertido. Personas de pocas palabras, no acostumbradas a hablar de sentimientos y, quizá, ya por su condición o naturaleza, de un temperamento débil y suave que no se toma derechos.

Acabo con una última cita, elegante y perfecta, que son las dos frases con las que concluye el cuento, con el deseo de que sea también un bonito cierre para este artículo:

“Desde entonces, vuelvo aquí todos los años. Y, no sé por qué, me siento turbado como un culpable delante de ese hombre que tiene siempre el aire de perdonarme.”[3]

[1] Cuentos completos (Páginas de espuma, Madrid, 2011) de Guy de Maupassant
[2] Cuentos esenciales (Literatura Random Hause, 2008) de Guy de Maupassant
[3] El aparcero